jueves, 20 de abril de 2017

LA SOLEDAD


“Elle sera à mon dernier jour
Ma dernière compagne”
Moustaki.

“después de la alegría viene la soledad
después de la plenitud viene la soledad
después del amor viene la soledad”
Benedetti.

Estamos muy solos. Dicho así suena mejor, con menos crudeza, que si decimos simplemente que estamos solos.
Todos hiper-conectados, todos solos. Pareciera que las redes sociales facilitan una comunicación neutralizadora de la soledad, pero pueden ser más bien, no pocas veces, amplificadoras de ella. Gustavo Dessal lo describió perfectamente en una entrevista.

En “Gravity”, la protagonista solitaria en órbita precisaba de modo vital escuchar voces humanas, aunque hablaran en chino y no lo entendiera. Muchas personas están en sus casas como en esa nave tripulada, rodeadas por un vacío, aunque esté lleno de gente hablando aparentemente a artefactos llamados “móviles”, reconfortadas pobremente por los sonidos que surgen de la radio o de la televisión.

La televisión. Muchos mayores solitarios británicos habrán visto el documental dirigido por Sue Born, “La edad de la soledad” 

Mayores solitarios, ancianos. Según el Instituto Nacional de Estadística, de los 4.638.300 españoles que residen solos en sus casas (un 10,1 % del total de ciudadanos), la mayoría son mayores de 65 años (el 41,7 %), y de ellos un 70,7 % son mujeres. Podría asumirse como un duro precio a pagar por el aumento de la esperanza de vida, pero ya no hay edades para la soledad, aunque sea más frecuente en ancianos, jubilados, enfermos… También muchos jóvenes sanos están solos; a veces solos en compañía, que puede ser peor.

La familia tradicional se ha hecho una rareza, como lo es el trabajo en la propia ciudad o incluso en el propio país. El mundo es ya uno, pero no unitivo, sino un único gran mercado, global y brutal de solitarios.

Los lazos humanos ya no son muchas veces de caricias ni de miradas; se pretenden electrónicos. Los emoticonos son la parodia de los abrazos y hay quien percibe la bondad futura de ser cuidado por un robot. En las películas “Ex machina” y “Her” se muestra la posibilidad de creerse amado por un sistema operativo con o sin cuerpo, refinando así el test de Turing del modo más terrible e inhumano en que se puede ya concebir.

En Japón se hace problema político lo más personal y lo es ya la virginidad a la que muchos se ven vocados o abocados. El sujeto se pierde y se revela como individuo que falla en su cometido demográfico; ya no se reproduce. Algo habrá que hacer ante esa caída de población. Tal vez la ciencia lo remedie.

A la vez, se incrementa la fascinación por noticias que anuncian la existencia de planetas que podrían albergar vida inteligente. Seguro que Fermi estaba equivocado con su paradoja, seguro que hay mucha vida y muchas ramitas evolutivas, de esas como la que en la Tierra ha conducido a nosotros en una fracción insignificante del tiempo del mundo. Tendrá que haber alguien ahí fuera que algún día conecte con los seres humanos o lo que quede de ellos. La NASA ha revelado la existencia de un estupendo sistema solar a cuarenta años luz. Sólo cuarenta, pensarán algunos incautos, como si no fuera distancia. Habrá que buscar oxígeno en atmósferas extraplanetarias, como si supiéramos qué es la vida por el hecho de que la haya aquí. 

Parece que buscar señales de extraterrestres es mucho más interesante que conversar con terrestres. Buscamos en el cielo lo que hemos perdido en la tierra. Siempre en el cielo. No es nuevo. Se hacía ya en Mesopotamia, en Egipto… En los Hechos de los Apóstoles (1, 11) se nos dice que dos hombres vestidos de blanco señalaron a los seguidores de Jesús la trivialidad de desatender los asuntos terrenos por ocuparse de los celestiales: “Galileos, ¿Qué hacéis ahí, mirando al cielo?”. Estaban pasmados, aunque no tenían móvil.

Demasiada soledad que precisa del embotamiento social, incluyendo drogas, alcohol y cuerpos. La esclavitud sexual está en auge en el contexto de una óptica que, por desalmada, contempla cuerpos sin percibir en ellos el alma.  Es la misma visión que confunde un acto de amor con el alquiler de un útero.

Soledad y temor se acompañan. La teleasistencia puede ayudar pero sólo a seguir.

“Non timebis a timore nocturno”. Pero las tinieblas no sólo son nocturnas. Están ahí, como ansiedades que suprimen ansias y que requieren ansiolíticos. Como necesidad de la normalidad que proporciona el rebaño y que precisa el líder de palabra fácil que lo guíe. Lo estamos viviendo, en EEUU, en Rusia, esperemos que no en Francia o Alemania. De seres sociales podemos pasar a seres gregarios, con redes electrónicas que sostienen el narcisismo más pobre. Redes que enredan, que atrapan, transformando en “gigas” una vida y determinándola muchas veces cuando pretenda entrar en el gran mercado del sexo y del trabajo.

Y, sin embargo, a veces la soledad es imperiosa y se busca como camino de salvación. Una soledad que es compartida en hábitos que visten el cuerpo y en hábitos horarios de oración y silencio. Patrick Leigh Fermor vivió en algunos de esos lugares y lo describió de un modo maravilloso en “Un tiempo para callar”. Hay algo paradójico en esa obra y es que tal vez sólo desde un ateísmo como el suyo sea posible saber contemplar en profundidad el fenómeno religioso en estado puro. 

Nada bueno es alcanzable sin cierto grado de soledad. Ignorar algo tan sencillo tiene efectos perniciosos incluso en tantos científicos que prefieren el parloteo de la publicación al silencio de la investigación seria. 

Sólo desde el silencio pueden surgir la atención y el amor. Nos lo enseñó San Francisco cuando predicó a los peces y nos habló de sus hermanos, el agua, el viento, el fuego; incluso la muerte, esa hermana que “hace sitio” a los que vienen detrás en el río de la vida. 

La soledad elegida es el único antídoto de la soledad impuesta, pues parece ser esencial para acogerse en el misterio y para acoger a los otros en el amor, también misterioso, que permite sobrellevar la fragilidad existencial.

La soledad es así algo a compartir, algo que puede hacerse preciosa donación, quizá la aludida por Borges en uno de sus Poemas Ingleses, “I can give you my loneliness, my darkness, the hunger of my heart; I am trying to bribe you with uncertainty, with danger, with defeat”


Las escenas familiares de anuncios de pizzas son sólo eso, anuncios que remiten a la nostalgia de la infancia imaginaria, haciéndolo de un modo casi macabro, cruel. 

Sólo desde la soledad asumida como camino y generalmente con ayuda de otros puede accederse a la libertad, pero esa libertad no traerá la felicidad que sabemos inexistente sino ansias, dudas y quizá cierto grado de paz...incluso en soledad.

martes, 11 de abril de 2017

La mirada compasiva



“Puede que ella no sea siempre así. Puede que haya estado tres noches enteras agarrando la mano de su marido agonizante de cáncer de huesos”. David Foster Wallace

La eternidad es inconcebible. Lo es porque, por vivir, asociamos vida y tiempo, aunque no sepamos bien qué es eso a lo que llamamos vida y mucho menos aun qué es eso a lo que llamamos tiempo.

Sólo tenemos una aproximación posible a lo eterno, la que proporciona el instante amoroso, compasivo, a veces también estético. Las grandes tradiciones religiosas se centran en su importancia. En la primera carta a los corintios (13,2), San Pablo escribía que “si no tengo amor, nada soy”. En los versos gemelos al inicio del Dhammapada se nos dice que “no cesa la agresividad de aquellos que albergan rencor”. Pero no es fácil desterrar el rencor, el resentimiento, el odio, ya que sólo es posible desde el conocimiento de uno mismo, tarea bien complicada.

El Dalai Lama fue invitado por monjes benedictinos a comentar pasajes evangélicos, algo que fue recogido en un libro, “El corazón bondadoso”. En él, la compasión se muestra como nuclear y va referida al desapego, al alejamiento de la identificación y de las limitaciones personales.

Podría pensarse que quien alcanza un elevado nivel de sabiduría o santidad (no parece haber diferencia, al menos en la perspectiva oriental), halla también la paz perenne, un sosiego que le inmuniza frente a adversidades y lo sostiene en una cierta forma de seguridad vital. Tal vez ocurra a veces, pero es improbable. Esa beatitud de nirvana, tan sugerida en libros de autoayuda, no es realista en general. La libertad no confiere felicidad. El dulce judío Jesús se aterró en Getsemaní y sudó sangre ante la perspectiva final, y sufrió poco antes de morir el abandono de Dios, de lo Absoluto que él había hecho tan concreto, tan familiar, como para llamarlo Abbá.

Nadie sabe cómo afrontará la muerte. Nadie sabe bien como afrontará la vida misma a corto plazo, porque todos somos frágiles.

La vida del escritor David Foster Wallace estuvo marcada por la depresión y por los fármacos que tomó para combatirla durante veinte años. Parece que esa carga le hizo sentir cierta fascinación por algunos matemáticos también atormentados, como lo fueron Cantor o Gödel. La enfermedad mental solidariza a veces con otros que la han sufrido, palía la soledad terrible que implica. Quién sabe, quizá catalice la actitud compasiva.

D F Wallace se suicidó un día de septiembre de 2008, teniendo sólo 46 años y estando en lo mejor de su época creativa. Había ordenado antes sus cosas. Se ahorcó cuando le sonreía la vida. Claro que siempre son los otros los que juzgan sobre las sonrisas que la vida regala a cada cual. Tres años antes había pronunciado un discurso a los graduados del Kenyon College: “Esto es agua”, un hermoso texto que puede leerse en forma de libro o escucharse íntegramente en Youtube  o como un extracto de apariencia simpática 

Es un discurso hermoso que muestra de un modo muy claro la pertinencia de la mirada compasiva como alternativa radical, amorosa, a la mirada cotidiana, egocéntrica, simple y apresurada. En él, un futuro suicida nos dio paradójicamente un atisbo de eternidad.

La depresión no está bien vista en nuestro tiempo, en el que curiosamente su prevalencia es mayor que nunca. Por parte del paciente, nada que decir, nada que hacer, nada que esperar; sólo hay muerte en vida. Por parte del médico, con demasiada frecuencia tampoco hay nada que decir; bastará con la suplencia farmacológica del neurotransmisor que supuestamente falta, aunque no se sepa. Es llamativo que quien ve negada tantas veces la compasión de la escucha que precisa pueda llegar a ofrecerla como reflexión brillante.

Un demente puede tener episodios de espantosa lucidez. La psicosis maníaco-depresiva, o trastorno bipolar como se le llama ahora de modo dulcificado, moderno, puede ser creativa. A esa creatividad se refirió la paciente y a la vez psiquiatra Kay R Jamison en su libro “Touched with fire”. Un maldito fuego que, a veces, es prometeico y, como tal, lleva asociado un terrible castigo.


domingo, 2 de abril de 2017

MEDICINA Y PSICOANÁLISIS. Una deriva inquisitorial.



El Colegio Médico al que pertenezco ha emitido recientemente un boletín en el que, además de noticias de gran interés sobre agendas culturales, incluye una nota relativa a algo tan importante como la existencia de un “Observatorio OMC contra lasPseudociencias, Pseudoterapias, Intrusismo y Sectas Sanitarias”.
Se incluye en él un “formulario para denuncias” , algo que no está nada mal en la lucha contra intentos demoníacos anti-científicos.

No se trata, pues, de una iniciativa local, sino que es la Organización Médica Colegial (OMC) la que acoge la protección de la ciudadanía con una iniciativa de vigilancia, incluyendo denuncias, que defiende el buen hacer médico frente a la influencia poderosa de charlatanes y pseudo-científicos varios.

Una iniciativa sin duda necesaria si se piensa que alguien mayor de edad, cuerdo y educado en un país civilizado como parece ser España, sigue siendo una criatura a la que hay que evitarle el esfuerzo intelectual de distinguir el grano de la paja o de diferenciar un médico titulado de un charlatán quiromántico. Parece que tan extraordinario y loable esfuerzo organizativo redundará en una mejor educación y más eficaz vigilancia en aras de la salud de los españoles.

El documento que recoge tan feliz propósito aporta tres enlaces, ninguno de los cuales parece resultado de un agobiante trabajo colegial. Uno de ellos nos dirige a un extenso y aburridísimo documento elaborado en 2011 por el Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad en el que se analiza la situación de las terapias naturales.

Hay otro “link” llamativo que no parece ser fruto de esforzados médicos colegiados sino de “un grupo de personas preocupadas por el auge de las terapias pseudocientíficas y del daño que están haciendo a la salud pública, aprovechándose de la falta de cultura científica en la mayor parte de la población”. Así es como se define la “Asociación Para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas”Esta asociación “ha sido creada en la Comunidad Valenciana, pero es de ámbito  nacional,  y presta  su ayuda y pretende  conseguir sus finalidades, en la medida de sus posibilidades, en todo el Estado Español”.

Finalmente, hay un tercer enlace que nos facilita saber de un modo rapidísimo si una práctica está incluida en las pseudociencias, al presentar todas éstas en formato de fichas.  El esfuerzo de sus dignos autores no parece haber pasado por una gran labor de lectura previa, si se echa un vistazo a la escasa bibliografía en que se apoyan  y asumible por cualquier círculo de “escépticos” que se precie. Citan a Martin Gardner. Nada menos. El escéptico y a la vez creyente Gardner , que tal vez se echara las manos a la cabeza al ver cómo su nombre es usado en apoyo de tan pobre discurso. Y tampoco dudan en apoyarse en la colección "Vaya timo"Bunge, también citado, estaría contento. 

¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué personas adultas han de ser “protegidas” de lo que no es ciencia?

Asistimos a una tendencia dicotómica, algo habitual en todos los órdenes, desde el fútbol a la política; buenos o malos, científicos o pseudocientíficos. Y parece defenderse, especialmente por los llamados a sí mismos "escépticos", que, si algo no es ciencia, es pseudociencia y, como tal, ha de ser conjurada. En ese proceso de purificación se dan dos fases, la iluminación de los necios y el ostracismo de los culpables. Y así un Colegio Médico puede pasar de acoger la posición de médicos homeópatas en un periódico local a condenarla al silencio. Y no seré yo quien defienda la homeopatía. Pero vivimos en un país en que no hay grados, sino oposiciones, sí o no, bueno o malo, todo o nada.

¿Quienes deciden sobre la verdad y el bien? Los “expertos”. Siempre existen, aunque no los conozcamos. A ellos aluden todos los días en los telediarios. “Expertos” y sociedades “científicas” rigen nuestras vidas, sea para explicar terremotos, sea para hablar del suicidio de células.

La acogida por parte de la OMC de enlaces de asociaciones protectoras de enfermos es llamativo.

Parece que vivimos, si alguna vez no lo hicimos, en tiempos de ortodoxia, ya no religiosa sino científica, como si la Ciencia no se bastara a sí misma y precisara de un apoyo que evoca la censura inquisitorial.

Y esto ocurre en Medicina, una práctica, porque práctica es, que difícilmente puede calificarse de científica, aunque en la ciencia se apoye, pues es técnica pero también relacional, transferencial, singular encuentro de subjetividades. Una práctica en donde las bondades de la llamada “evidencia” son lo que son, resultado de reificación revestida en demasiados casos de sesgos por conflictos de interés. No son pocos los fármacos de efecto “evidente” que han tenido que ser retirados del mercado tras un corto período de fármaco-vigilancia.

No sólo hay que elegir entre ciencia y pseudociencia. La Filosofía no es una ciencia. ¿Alguien sensato la calificaría de pseudociencia? Y lo mismo ocurre con la Literatura, con el Arte… Y también con la Medicina misma, a pesar de muchos médicos embelesados por el reduccionismo molecular. La Ciencia auxilia a la Literatura, al Arte, en mayor medida aun a la Medicina. Pero no absorbe a esas facetas del saber, del interrogar humano.

El Psicoanálisis entra, de la mano de aparentes ignorantes de lo que es tal cosa (ya se sabe que la ignorancia es atrevida), en el club de las pseudociencias en los últimos dos enlaces citados . Habrá quien lo ponga al lado de la aromaterapia y se quede satisfecho. Parece algo lógico en ese esquema aparentemente infantiloide y maniqueo que no sabe de una clasificación que no sea binaria, oposicional.

Hay dignos colegiados que ejercen, para bien de muchos pacientes, el psicoanálisis. Pueden adivinar lo que le espera a su práctica cotidiana en caso de que la OMC siga empeñada en ese empeño cientificista que lesiona a la propia Ciencia, pasada a ser confundida con un producto bibliométrico de mero interés curricular y con expertos y sociedades "científicas" como nuevos sacerdotes de una ciencia hecha religión.