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lunes, 19 de marzo de 2018

Stephen Hawking. Cuando lo más oscuro aporta luz.



En mi anterior entrada me refería a la diferencia entre vivir y sobrevivir. Stephen Hawking, con un diagnóstico ya antiguo de ELA y recientemente fallecido, ha sido ejemplo de lo que supone ser un viviente más que un superviviente, aunque a lo largo de su vida haya sobrevivido a diversos episodios que la pusieron en riesgo. 


En su libro autobiográfico “Breve historia de mi vida”, dice algo muy importante, “Cuando uno se enfrenta a la posibilidad de una muerte temprana se da cuenta de que la vida vale la pena y de que quieres hacer muchas cosas”. Ese enfrentamiento puede propiciarlo un diagnóstico, pero parece siempre necesario, aunque no se den circunstancias dramáticas. Saber que la muerte aguarda y que lo hace siempre, colorea la vida, incita a vivirla. 


Vivió muchos más años de los que esperaban quienes lo diagnosticaron, un ejemplo más que pone en tela de juicio el valor de muchos pronósticos médicos, válidos sólo en el orden estadístico. ¿Hasta qué punto influye aceptar un sentido vital? La creatividad amorosa puede infundir vida.
 

Hawking aprovechó la vida que le fue concedida, a pesar de todas sus limitaciones e hizo buen uso de los avances técnicos de su era, como esa silla que otros maldecirían. Se casó dos veces, tuvo tres hijos, viajó, vio. Condenado al silencio tras intervenciones necesarias y casi próximo al terrible síndrome del cautiverio, pudo hablar, dar conferencias y escribir artículos y libros, alguno de los cuales fue un best-seller, mediante un sistema electrónico. Inmóvil, pudo abandonar su silla para disfrutar de un momento de ingravidez. Vivió propiamente más que muchos sanos que "duran" más que él.

Sus colegas estuvieron de acuerdo o no con sus teorías más osadas; no fueron condescendientes sino críticos, pues se relacionaban con alguien vivo, con un físico más y de mente privilegiada. La enfermedad estaba ahí, siempre, pero era ignorada, neutralizada, por la pasión de avanzar en la teoría científica.


Criticable y criticado, valioso y valorado, probablemente vanidoso, vivió y dejó la huella de su saber sobre la física de los agujeros negros y del universo en su conjunto, facilitando la visión que tenemos ahora. Grande con otros muchos (y también gracias a otros que le precedieron), se movió en el campo teórico, el que facilita el avance pero necesita tiempo de comprobación de predicciones, sin la cual no es alcanzable un premio Nobel. Pero no le faltaron reconocimientos y no fue menor el haber sido designado para ocupar la cátedra desde la que enseñó el mismísimo Newton (el mejor científico de la Historia según Asimov).


Su figura se hizo popular por esa mezcla de mente brillante en un cuerpo llevado al extremo de la fragilidad. Otros físicos brillantes (Witten, Penrose…) son mucho menos conocidos por el gran público pero eso no merma un ápice el extraordinario valor de Hawking por dar a conocer su pensamiento sobre la realidad, aunque hacer divulgación sobre ello resulte muy difícil.


Fue científico teórico. Siempre abundarán los ignorantes y los pragmáticos que se pregunten "para qué sirve" lo que hizo, como si ayudar a situarnos en el cosmos, facilitando que entendamos mejor nuestros orígenes, fuera poca cosa.
 

Y fue humano, nacido y criado en un contexto particular, como cada cual, y con sus creencias y la renuncia a ellas si alguna vez las tuvo cuando leía relatos bíblicos. Desafió la gran pregunta sobre el Ser con una respuesta cientificista, haciendo de la Física razón necesaria y suficiente para explicar lo Real, algo claramente discutible. Se declaró ateo y eso no es consecuencia directa del saber de la Física. De un modo similar, Francis Collins tampoco podría justificar su creencia en Dios desde la Biología, aunque lo haya intentado. Uno cree o no cree desde su biografía misma y, en ella, la Ciencia puede facilitar en algunos casos una opción, pero que es siempre personal y no pocas veces decidida por motivaciones inconscientes. Ser un gran científico no inmuniza de los elementos de irracionalidad que contribuyen a instalarnos en creencias diversas. 

Hawking fue consecuente con su ateísmo, como también lo hicieron antes Sagan y Asimov. No tembló ante la enfermedad ni la muerte. No cambió su actitud. Fue coherente. Muchos creyentes cristianos no conciben esa postura y, de hecho, estos días apareció una columna en un diario español (no recogeré el enlace por parecerme un texto deleznable) cuyo firmante atacaba el ateísmo de Hawking desde un pretendido argumento filosófico. Es cierto que Hawking fue un científico y su filosofía parece ausente o muy simple en contraste con su conocimiento científico, pero su opción atea es respetable y entristece verla atacada desde un aparente odio y con unos argumentos que tienen muy poco de filosóficos y mucho de catecismo tridentino. La propia Iglesia ha evolucionado desde Trento y especialmente desde el Concilio Vaticano II. Hawking fue miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias. El papa Pablo VI le otorgó la medalla Pío IX por su trabajo científico. Fue recibido por otros tres papas, Francisco entre ellos. Pero es sabido que abundan los cristianos que son más papistas que cualquier papa y que parecen pretender ser más cristianos que el propio Cristo.


Con Hawking se va un gran científico, y en este caso, lo más negro concebible (los agujeros negros, aunque él sostuvo que no lo son tanto) proporciona luz sobre nuestro universo.


Y se va también con él un ejemplo de superación ante el que palidecen tantas preocupaciones vulgares propias de una hipocondrización generalizada. 


Él supo lo que quería hacer con su vida y lo logró a pesar de los pesares. Tal vez eso sea lo único importante, tratar de responder la pregunta ¿qué quieres?, algo que se aparta de las preguntas kantianas, algo que puede suponer una conversión en el sentido más riguroso y ajeno a creencias, aunque éstas sean importantes y vengan después o sean desterradas por la respuesta que cada uno intenta darse.