lunes, 18 de septiembre de 2017

MEDICINA Y LENGUAJE. Ser, Estar y Tener.


No seríamos humanos sin el lenguaje, y todo lo que hacemos y sentimos es dicho de un modo u otro. Sólo lo místico es inefable aunque se intente mostrar poéticamente.

La Medicina está también atravesada por el lenguaje, y el énfasis que se pone en determinados verbos parece ir ligado a cambios en la historia de la práctica clínica reciente y parece además tener consecuencias.

Así, aunque parezca lo mismo, no es igual decir que se está, que se es enfermo, o que se tiene una enfermedad.

Cuando se habla de ser, parece darse una identificación ontológica con la falta, con lo que amenaza la vida o perturba la salud. Cuando hace años se decía de alguien que era tuberculoso, se aludía en la práctica a una alta probabilidad de muerte. Eso no ocurre hoy en día, en que la tuberculosis puede desaparecer tras un tratamiento eficaz (en nuestro primer mundo al menos). Tal vez por eso se diga más bien que la tuberculosis se tiene; sólo porque puede dejar de tenerse.

La ambigüedad se da en enfermedades consideradas hoy muy serias, como el cáncer en general (aun cuando haya muchos tipos y de muy distinta agresividad). En una época en que se ofrece una visión de la Medicina como algo omnipotente, nadie es canceroso; se disimula eso en los hospitales hablándose de pacientes oncológicos, que parece lo mismo, pero suena de un modo muy distinto. Y, de hecho, se dice más bien que alguien tiene cáncer, nunca es canceroso, lo que propicia a la vez que se insista en la conveniencia de que el paciente “luche”, como si eso fuera factible, contra lo que “tiene”, para dejar de tenerlo. Se harán carreras con lazos y globos de colores, se mostrarán testimonios televisivos de supervivencia, etc. Nada como ser positivo, asertivo y todas esas cosas de la psicología positiva.

Parece que se tiene lo que es agudo y generalmente curable (una apendicitis o una amigdalitis) o lo que, no siéndolo, se intenta curar, incluyendo situaciones graves (un cáncer metastásico, un infarto, un ictus...)

El verbo “ser” alude en general a lo crónico pero que no supone un peligro letal inmediato. Se es broncópata, cardiópata o hepatópata, por ejemplo. También alcohólico, obeso o drogadicto. El término “es” puede incluso usarse para hablar de algo que sí se tiene realmente y se dice, por ejemplo, de quien desarrolla anticuerpos contra el virus del SIDA, que “es” VIH positivo, algo muy diferente a decir que es un sidoso.

Puestos a ser lo peor, nada parece tan malo como ser un “caso bonito” según el pintoresco criterio “estético” que usan a veces los médicos, porque un caso así, a diferencia de cuerpos modélicos, nunca es envidiable.

Cuando la situación es aguda y remite con cierta facilidad se utiliza también el “estar” como un modo transitorio de ser. Se está con gripe, se está enfermo, se está mal simplemente. Ese “estar mal” puede ocurrir en un contexto de gravedad o no. En cierto modo, estar equivale a tener.

Hay también un término de uso lamentable por parte de algunos médicos. Se trata de “hacer”. No es raro que se diga que un paciente hace una complicación. Alguien hizo una neumonía, un derrame, incluso un fallo multiorgánico. Es así el paciente el que hace, el que construye, sin querer desde luego, su propia muerte.

La diferencia entre ser, estar y tener supone connotaciones no despreciables en un amplio campo de la salud, el mental. Decir de alguien que está deprimido no supone lo mismo que indicar que “es” un enfermo uni o bipolar. Como en el contexto orgánico (no ha de olvidarse la aspiración organicista de muchos psiquiatras), estar o tener sugiere algo curable, a diferencia de ser. No parece lo mismo decir “es esquizofrénico” que “tiene esquizofrenia”. El uso del verbo ser supone con mucha frecuencia una estigmatización ontológica, en tanto que el tener alude a una cierta esperanza en el poder de la Medicina o de la Psicología. Algo va mal con la serotonina o con cualquier amina y para eso están los profesionales.

A la vez, el verbo ser puede facilitar cierta identificación subjetiva con la enfermedad, en un juego que siempre se da con culpabilidades asociadas. Ha de tenerse en cuenta que, en el ámbito orgánico, se sugiere que, a veces, uno enferma por su culpa (por no mirarse, no cuidarse, por ser sedentario, por una “mala vida” en general). Esa culpabilidad más o menos percibida, frecuentemente asumida, no es igual si se es enfermo que si se tiene una enfermedad. Uno podría considerarse más culpable de “ser” broncópata (por fumar, por ejemplo) que de “tener” un cáncer de páncreas.

De modo análogo puede ocurrir que el ser enfermo (o supuesto enfermo) implique una responsabilidad propia en tanto que el tener una enfermedad aluda a la exclusiva responsabilidad de profesionales. No es lo mismo ser un niño rebelde, inquieto, que no atiende en clase, que tener TDAH (trastorno de déficit de atención con hiperactividad). No es lo mismo estar deprimido que tener una depresión; el enfoque personal ante lo que parece igual puede ser muy diferente. Desde el estar deprimido puede surgir un análisis en tanto que ante la depresión como añadido se recurrirá a aumentar la serotonina. No es incompatible la farmacología con la palabra pero con frecuencia se excluyen.

Parece ser precisamente ahí, en el ámbito de la salud mental, en donde debiera cuidarse más la terminología, porque entre ser y tener hay claras diferencias tácitas. Lo que se tiene puede desaparecer, lo que se es, no, para bien y para mal. Y vivimos una época de alegre etiquetado ontológico, facilitado por tristes manuales como el DSM.

Incluso en la situación límite, parece más digno, más humano, decir que alguien se está muriendo a señalar que es terminal.

Este post ha intentado ser una mera y pobre aproximación a la necesidad de considerar la importancia del lenguaje en algo tan importante como lo concerniente a la salud y, especialmente, a la salud mental. Desde aquí, la pretensión es sugerir más que afirmar. Probablemente mucho de lo expresado (que es muy poco por otra parte) sea errado o requiera matizaciones. Pero parece que algo habrá que hacer con el lenguaje médico, especialmente para centrar las cosas, sin crear estigmas pero tampoco falsas expectativas. Serís deseable usar siempre un lenguaje compasivo, entendiendo compasión en el noble sentido, en el plenamente humano, y mostrada desde la posición profesional.

El lenguaje usado lo es en un contexto de obsesión por algo inexistente, el ser normal, pues nadie lo es; lo es en una época en que somos “certificables” como las máquinas, en un contexto fuertemente neomecanicista. No sorprende que en el lenguaje cotidiano se hable de “ITV” para referirse a un examen clínico que, por otra parte, sí tiene muchas analogías con un examen de conocimientos en el que uno puede ser culpable de suspender, también por pereza. Y ese suspenso, muchas veces en una evaluación clínica no siempre necesaria, "preventiva" (horrible palabra en Medicina por la exageración que de tal término se hace), puede ensombrecer innecesariamente la vida aunque pretenda conservarla o incluso alargarla.

6 comentarios:

  1. Estimado Javier:

    http://www.wikilengua.org/index.php/por_huevos

    Hermoso asunto el del lenguaje Y bastante delicado incluso si se usa bien. Ya verás qué le pasó al abogado por culto. Tocas el interesante asunto del desplazamiento de los sentidos: ser tuberculoso-tener tuberculosis. Aquí, al menos, se modifica la envoltura sonora y cambia el verbo. Pero no pocas veces hay un incómodo aposentamiento de un significado que oscurece al resto; pasó con "deudas" y "deudores" que no pocas veces incomodaría a más de uno, incomodidad reñida con el recogimiento. De cosas divertidas recuerdo que un periodista de radio se hizo pasar por dignatario y logró que se pusiera al otro lado del teléfono Fidel Castro. Tras la conversación el periodista se identificó y Fidel le dijo de todo. También le soltó varias veces "mariposón", "mariposón". Lo más divertido es que Curiosamente la primera referencia escrita en la que se relaciona la mariposa con la homosexualidad masculina es del siglo XVI, realizada por Pedro de León, jesuita confesor de la cárcel de Sevilla, en el libro "Apéndice de los Ajusticiados", en el que comparaba a los hombres que practicaban la sodomía con las "mariposillas" que tentadas por la luz de la llama, se acercaban demasiado y acababan quemándose, y que de igual manera les ocurría a los sodomitas, que acababan quemados en la hoguera. Así que el lenguaje es una fuerza ingobernable que campa a sus anchas siendo su dominio ejercido de un modo ciego. Creo que era Saussure el que decía que el lenguaje era un traje hecho de remiendos del propio lenguaje. Curiosamente los cambios del significante, la evolución fonológica, que es un fenómeno fortuito, puede acabar alterando funciones sintácticas, y en todo ello, lo único que permanece es el contínuo cambio. La absoluta oposición entre sonido y significado no impide que influyan el uno en el otro, y viceversa. El sentido siempre sobrevive como un tentetieso a pesar de los cambios. Es el mejor río que conozco, así que es posible que en algún fragmento perdido de Heráclito hablara del lenguaje. El fragmento nº 83 sirve para definir el lenguaje: Cambiando, reposa.

    Bueno Javier, seguiremos otro día.

    Un saludo.

    Eduardo Carbonell

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    1. Apreciado Eduardo,
      Muchas gracias por tu comentario, mezcla de sabrosas aportaciones y de sensata reflexión. Recuerdo aquel episodio de la entrevista a Fidel, aunque en mi memoría, Fidel Castro acabó llamando al falso dignatario "mariconsón". Lo de Pedro de León, que desconocía, resulta tan interesante como simpático. Ahora, que ya casi nadie cree en el fuego eterno, esa comparación sería inútil, pero es bueno recordar su origen, como el de tantas otras expresiones.
      Comparto con matices esa idea de que "el lenguaje es una fuerza ingobernable que campa a sus anchas". Creo que, a pesar de eso, puede influirse en él y meditar de vez en cuando sobre los distintos significantes.
      Un cordial saludo,
      Javier

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  2. Creo que es muy interesante para el tema de tu entrada las aportaciones de G. Canguilhem, y no sólo en su famoso libro Lo normal y lo patológico. Está claro que con el triunfo actual de un paradigma neomecanicista, ese tipo de reflexiones serán siempre tachadas peyorativamente de vitalistas (es un término mal visto porque una de las características de dicho paradigma es reducir la biología a la química y a la física). Ese autor analiza el concepto de enfermedad tanto desde un punto de vista fisiológico como ontológico y equipara el concepto de salud con el de “normalidad”; esto es muy interesante porque lo “normal” no es susceptible de valoración objetiva, lo normal nunca son los hechos en sí sino el conjunto de normas que consideramos habituales por moralidad o legalidad, también en el campo de la ciencia y de la medicina, mal que les pese a algunos; así, esa forma de usar el lenguaje que comentas, y que presume de una actitud aséptica (como si alguna actitud pudiera serlo), en realidad esconde ese tipo de valoraciones o juicios; esto es más evidente cuando se rechaza la existencia de lo vital como algo esencialmente distinto de la máquina, ya que conlleva interpretar lo normal, no en términos de lo natural, sino de lo sujeto a reglas y leyes. Y si el criterio de lo normal fuera sólo lo relativo o relacionado con el medio, no cabe duda que lo normal sería que estuviéramos deprimidos, contaminados, y que lleváramos una vida con costumbres poco saludables (recuerdo un artículo de hace muchos años, creo que de Savater, que decía parafraseando a las advertencias que aparecían de aquella en las cajetillas de cigarros: el uso del tabaco advierte que el gobierno es perjudicial para su salud).
    Todos tendríamos que pensar, quizá los profesionales de la medicina más, que determinadas formas de hablar de la enfermedad olvidan que lo único incuestionablemente transitorio es la salud, que no existen sanos crónicos, ni interminables, ni constantemente equilibrados, y que es ante la adversidad donde se aprecia la calidad del “ser” vivo.
    Un abrazo,
    Marisa

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    1. Siempre es un privilegio contar con tus comentarios, Marisa.
      Canguilhem... Queda dicho, habrá que leerlo.
      El vitalismo no es algo que pueda considerarse obsoleto por más que parezca triunfar lo neomecanicista en su forma más vulgar. Los grandes, Bergson, Teilhard, incluso Lamarck, siguen mostrando caminos.
      Lo "normal" es algo tan triste, tan pobre que ya ni siquiera alude a la centralización estadística. Sí se habla de valores de referencia o normales, de medianas de supervivencia, de números modales de cromosomas... Pero no basta ni siquiera con eso. Se alude a la norma como ideal: la colesterolemia, la tensión arterial... Todo ha de ser "normal" en sentido normativizado, de máquina, certificable según criterio ISO, idealizado según patrones epidemiológicos, de bondad pragmática. Como si fuéramos objetos vendibles, con un valor de mercado.
      Ahora, cuando vislumbro la edad de jubilación, veo eso como patético horizonte reificador por parte de otros, incluso de compañeros, incluso del sistema al que serví 41 años: seré evaluado como máquina, se verá si soy capaz o no de seguir "activo". La opción a eso (además de criticarlo, como haré) sería declararse ya inoperante, pasivo (me surge la expresión "clases pasivas" por asociación libre) , inhabilitado. Tratan de que seamos considerados como elementos de producción. Sólo eso. Nada más, nada menos. Tanto higienismo barato (perdón, muy caro) sirve para eso: contrólate el PSA, las mamas o el cuello uterino si eres mujer, el colesterol, la tensión, el azúcar... para llegar a la edad de jubilación; después entrarás en una fase de conservación fosilizada. Entonces, ya no será precisa la prevención, pues ya pasas a la categoría de "ario" (sexagenario, octogenario, viejo). Serás una carga para el erario público. Mejor morirse, ya nos lo dijo Lagarde, quien no lo piensa para sí misma.
      Claro que es, como dices, "ante la adversidad donde se aprecia la calidad del “ser” vivo." Y uno, si quiere, si acepta el deseo, cosa no siempre fácil, puede ser auténticamente vivo hasta el final y... más allá incluso si se cree en que no todo está ya dicho, en que tanta belleza y a pesar de los pesares (hoy mismo, México incluido, con todo ese horror sísmico, brutal, ininteligible, inaceptable) no ha sido, no es, no será algo vacío.
      Un gran abrazo.
      Javier

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  3. Caro amigo Javier: El tema del uso del lenguaje en Medicina es muy interesante y tus aportaciones al respecto, como siempre, también lo son. Estos días leí una novela de Giuseppe Pontiggia, "Nacido dos veces", dedicada "A los discapacitados que luchan no por ser normales, sino por ser ellos mismos". Relata la historia de un padre que atiende a un hijo que padece una parálisis cerebral debido a una anoxia cerebral durante un parto distócico, "porque el ginecólo no era partidario de las cesáreas". Y se habla del lenguaje, y como este cambia en el ámbito familiar y cercano, al evitar el uso de palabras como "espástico" o "mongólico" si en casa tenemos la desgracia de un padecer semejante. La historia de la Psiquiatría, y tú lo sabes bien, al menos en términos taxonómicos y de denominación clínica, está carga de continuas modificaciones. Y todo -así lo creo- por el uso -miserias del hombre- de las enfermedades mentales como insulto. Verbo y gracia, imbécil, idiota, mongólico, neurótico, histérico, etc. A nadie se le ocurre insultar a alguien diciéndole que es un hepatópata o un cardiópata, pero sí psicópata o subnormal. En las clasificaciones DSM desaparecieron los términos histeria, neurosis y otros. Ahora se hable de Trastornos y Discapacidades.
    Un fuerte abrazo.
    Fidel Vidal

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    1. Querido Fidel,
      Lo resaltas con la claridad que te caracteriza:la equiparación del nombre de la enfermedad mental al insulto.
      El DSM "dulcificó" las cosas, pero quizá en su intento lo acabó haciendo peor (¿quién no está incluido en ese manual?).
      Recuerdo el tiempo en que era habitual hablar de mongólicos y no de trisomía 21. La malada atávica, eslava, era ya propiedad de inocentes. Lo bárbaro identificaba paradójicamente a los más puros por incapacidad de impureza.
      Tú sí que podrías, tanto por experiencia clínica como por capacidad de escritor, relatar en un libro o en varios lo que ha supuesto la carga taxonómica, esa fría segregación entre los normales y los "subnormales". Ojalá lo hicieras. Te animo a ello. Con eso nos enriquecerías incluso más que con el lúcido comentario que has hecho y que agradezco profundamente.
      Un fuerte abrazo,
      Javier

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