jueves, 15 de enero de 2015

¿Dónde está la sabiduría?

" Where is the wisdom we have lost in knowledge?
Where is the knowledge we have lost in information?"

T. S. Eliot

Es fácil hoy en día saber mucho más de lo que sabía Aristóteles, pero eso no supone ser más sabios de lo que él era.
Incluso en este tiempo de saberes especializados en que es habitual que investigadores científicos de renombre sepan mucho de un ámbito reducido de lo real y muy poco o nada de fuera de él, hay personas que pueden tener un afán enciclopedista y pretender saber de muchas cosas. La imagen del ideal renacentista permanece.
Hay incluso quien imagina una simbiosis con la máquina, cuando no una captación real de su pretendido saber, en forma de datos y más datos, una Wikipedia bionizada.
Pero tener mucha información sobre algo no equivale a conocerlo. Uno puede saber mucho de un país pero desconocerlo. Los datos, la información, esa triste palabra que alimenta el sueño cuantitativo, no suponen conocimiento. Es posible, desde luego, lograrlo, saber desde la experiencia real; no es lo mismo leer sobre la India que vivir una temporada en ella. No es igual leer sobre una religión que haber sido educado en una familia religiosa. 
¿Quién no aspira al conocimiento? Se habla de las supuestas (y falsas) virtudes del “aprender jugando”, sea ese aprendizaje de inglés o de matemáticas. Estamos en un tiempo en que el conocimiento se considera algo que se tiene, como una cosa, algo a lo que se le suele llamar curriculum vitae, como si la vida profesional fuera una acumulación de certificados y reconocimientos. Conocer como tener (antes se usaba la expresión “tengo estudios”), en forma de diploma o licenciatura o cualquier otro modo enmarcable. Hoy en día retornamos a esa triste concepción del saber bajo el modo industrial, el de la normativización ISO y tonterías similares.
Hay personas que conocen mundo, que saben mucho de muchas cosas. Pero ese saber sigue siendo algo ajeno a la sabiduría.

¿Dónde está? ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? 

El infatigable lector Harold Bloom se hizo esa pregunta al borde de la muerte y de ella surgió un precioso ensayo… sin respuesta. Porque no la hay propiamente. Él, un judío gnóstico, picó aquí y allá, en la fuente J, en la fuente Q, en Proust, en Freud, en Shakespeare, en Montaigne. Un gnóstico un tanto decepcionado incluso por lo que paradójicamente le ayudaría, por Nag Hammadi, donde el sueño se confrontó al hallazgo.
Si Harold Bloom no la da encontrado, ¿A quién recurrimos? ¿A maestros religiosos? ¿A filósofos? ¿A poetas? ¿Buscamos desde la ciencia? ¿Indagamos en la Historia?

Tal vez la clave resida en la imposibilidad. En que, si el conocimiento es alcanzable, la sabiduría no; en que si el conocimiento da respuestas, la sabiduría sólo puede ofrecer preguntas. Y tal vez por ello no fuera propiamente humilde Sócrates si dijo que sólo sabía que no sabía nada. Quizá así reveló en realidad un gran orgullo.
Tal vez también por ello, Kant fuera más sabio que otros que le precedieron, porque formuló preguntas… que respondió como respondió. Pero las hizo.
Y la gran pregunta es tan importante que surge como mandato, como norma de vida
buscadora. Se plasmó en Delfos y sigue vigente. Una cuestión que enlaza con otra formulada por un gran psicoanalista contemporáneo: ¿Qué quieres? Y que va más allá, por ir más al centro existencial, que las cuestiones kantianas.

No es descartable que la sabiduría se dé como la felicidad, sólo ocasionalmente. Un célebre y hermoso cuento proclamaba que el hombre feliz no tenía camisa. Diógenes, de quien dicen que era sabio, tampoco se vestía muy bien. El mal no reside en la imposibilidad de ser sabios sino en el olvido de que la sabiduría existe aunque no la alcancemos. Es probable que muchos nos muramos sin tocarla, pero valdrá la pena buscarla. 

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