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miércoles, 10 de febrero de 2016

Polvo estelar. Recuerdo de vida

“Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris”
Misal Romano

"Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado."
Quevedo

"Though lovers be lost love shall not; 
And death shall have no dominion." 
Dylan Thomas

El miércoles de ceniza da comienzo al tiempo cuaresmal, período penitencial (cada vez menos) de preparación a la Pascua cristiana. Al margen de creencias, es una fecha llamativa porque es nexo de unión entre dos perspectivas del tiempo, la cíclica y la lineal, en las que estamos inmersos por tradición histórica, seamos creyentes o no. 

Ese miércoles apunta al tiempo periódico, relacionado con el ciclo astronómico (la Pascua de resurrección se celebra el primer domingo que sigue a la luna llena tras el equinoccio de primavera). Pero se caracteriza, a la vez, por el recuerdo de la mortalidad, algo que llegará tras un tiempo concebido de modo lineal.

A pesar de los intentos de los transhumanistas, es probable que todos los que vivimos ahora, incluso los bebés, nos muramos. Esa certeza nos la anuncian los libros sagrados y nos la recordó Heidegger. Sea desde la perspectiva atea, sea desde la religiosa, la muerte se presenta como una referencia para la vida. Borges nos mostró brillantemente el solemne aburrimiento que implicaría la inmortalidad (que no es lo mismo que la trascendencia). No sorprende que esa referencia brille precisamente en tiempos de epidemias. El Decamerón se escribió en un tiempo en que la peste hacía estragos.

El estúpido higienismo en que vivimos persigue retrasar (casi siempre inútilmente) la llegada de la muerte, sólo para invertir la pirámide poblacional sin atender humanamente a la mayoría de los viejos supervivientes, condenados a soledades, enfermedades y carencias de todo tipo. Y la perspectiva capitalista onfalocéntrica se despreocupa de tantas muertes prematuras causadas en última instancia por la avaricia humana y la estupidez política.

¿Que hay más allá de la muerte? El cielo, el infierno, la reencarnación, la nada… No lo sabemos; sólo cada uno sabe de la importancia para él de esa cuestión, que puede ser obsesiva o trivial. Sólo podemos tener esperanza en que todo termine o no. En cierto modo, la preocupación por la muerte es un falso problema al que Epicuro le dio una respuesta rápida aunque sólo satisfaga a unos cuantos. 

Tal vez el problema real sea más bien otro, en sentido opuesto: el nacimiento o, más bien, la emergencia de la consciencia, el hecho de que cada uno se reconozca como un alguien en el tiempo. El problema de la subjetividad de lo organísmico individual es el enigma de la consciencia en sentido fuerte. No sabemos si es un límite absoluto, similar, aunque en otro orden muy diferente, al que señala la incertidumbre cuántica, o si, por el contrario, podremos llegar a comprender tal enigma.

El “memento” cuaresmal era en tiempos algo tremendo, pues no sólo recordaba la mortalidad sino la gran posibilidad del infierno eterno, a veces por trivialidades. Pero, sin pretenderse, hay algo hermoso en ese recuerdo. Indica, sin querer, lo mismo que apuntó el ateo Carl Sagan, que somos polvo… de estrellas. Eso nos sitúa realmente en el tiempo; en un tiempo cósmico, porque no basta con el Big Bang, no basta con que se formen estrellas; éstas tienen que destruirse tras haber formado elementos químicos no existentes antes, y dar lugar a otra generación estelar, a sistemas planetarios que dispongan de ese carbono, hierro, azufre… que constituyen nuestras moléculas. Se han precisado miles de millones de años para que la vida, tal como la conocemos, pudiera surgir… del polvo. 

Y se han precisado muchos millones de años para que la conjunción de las restricciones de legalidad física y contingencias múltiples permitieran que un conjunto complejo de células se reconociera como individuo en su “Umwelt”, que diría von Uexküll. Unos pocos millones de años más y ese “Umwelt” incluiría saber de la muerte e interrogarse sobre ella. 

Ése es el gran límite, dar explicación al surgir de nuestro Dasein, que implica tratar de entender lo que parece imposible, el “Sein", pero también algo que no parece fácil, el propio “Da”. No basta con decir que estamos arrojados. Eso es una simpleza.

Sí. Somos polvo estelar que durante un tiempo (y quién sabe qué es eso llamado tiempo) alberga vida consciente, única, irrepetible, valiosa. 

El gran enigma no está en la muerte, sino en el hecho maravilloso de que el Universo se piense a sí mismo a través de la consciencia, en el misterio de que en un sujeto se dé la posibilidad de un auto-reconocimiento único del Todo. 
El gran enigma no está en la muerte, sino en la vida. La muerte es necesaria para la vida misma, para ese río que Klimt pintó tan claramente. 

Tantos miles de millones de años necesarios para vivir, aunque sea un poco, merecen una conclusión ética, aunque proceda de la estética: si hacemos digna nuestra vida, la vida entera se enriquecerá. Retornaremos al polvo, pero es necesario que sea así para que otros puedan surgir de él y que el Universo vaya llenando los vacíos que dejemos con nuestra muerte. Ese polvo será, si hemos amado, polvo enamorado como decía Quevedo y, como indicaba Dylan Thomas, la muerte no tendrá la última palabra sobre tanta belleza.