sábado, 5 de diciembre de 2015

Lo que la Navidad recuerda

“Y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.” (Lc.2, 7)

“Cuando la bondad decae, cuando el mal aumenta, hago para mí un cuerpo.
 En cada época vuelvo para libertar a los santos, para destruir el pecado del pecador, para establecer la rectitud” (Bhagavad Gita).

Ni buey ni mula ni guirnaldas ni nada. No estaba allí Lucas, el evangelista que dice algo del nacimiento de quien llegó a considerar su maestro. Hubo textos apócrifos, sentimentalismos, imágenes de animales calentando con su aliento a un recién nacido. Nada. No era relevante nada más que lo que expresó Lucas al dar cuenta de uno de tantos nacimientos, más imaginados que reales.


Un nacimiento que, sin embargo, cambió la Historia, marcando, aunque no coincidiera en el año, un nuevo inicio, el Anno Domini.
No se nos narra un nacimiento heroico sino de lo más vulgar e incluso triste. Una familia nuclear, un niño que nace sin dar tiempo a cobijarlo de un modo normal. Es la paja, la tierra, quien lo acoge.


El mensaje cristiano se ha centrado en algo bien distinto a ese breve relato, enfocando la mirada a la muerte. Es la crucifixión de Jesús seguida, para los creyentes, de su resurrección, lo que se propagará como fe salvífica ambivalente (la muerte como tránsito a la vida plena) que acabará desplazando a la religión civil romana y a cultos mistéricos. El “relegere" piadoso civil cede al “religare" cristiano, tan poco piadoso tantas veces.


Pero, con Jesús, hubo algo más esencial que todo el revestimiento mítico posterior de su figura, de alguien que sí parece que existió realmente, pero del que se sabe más bien poco. Y eso esencial fue, a pesar de tantas contradicciones textuales, que hubo alguien que mostró la posibilidad del amor como referencia ética, de un amor total, sencillo y sereno, sostenido por la fe en Dios, incluso como esperanza desesperada al final. Curiosamente, tal vez no fuera tan distinta el ansia última del carpintero Jesús a la del emperador Juliano conocido como el apóstata. Ambos, tan distintos, tan opuestos, fueron sostenidos por una fe monoteísta (extrañamente relacionada con la nostalgia pagana en Juliano).


San Pablo hizo de las palabras de quien no las escribió una religión. Un hombre judío, helenizado y ciudadano romano, que no conoció a Jesús, se encargó de crear una religión universal a partir de una secta apocalíptica. La Historia nos cuenta todo lo demás. Herejías gnósticas, místicas, teológicas, pastorales, matanzas, el Malleus maleficarum… pero también contagios de ese amor de las bienaventuranzas, con personas que encarnaron en sus vidas el evangelio, la buena noticia en un mundo frío, hostil, la utopía posible aquí y ahora.


No es extraño que la necesidad del mito mitificara también a Jesús, incluyendo su nacimiento y su concepción. En el solsticio habría de nacer y una virgen habría de ser su madre. Isis permanece. La cosmovisión egipcia parece más relacionada con el cristianismo que el judaísmo del que procede.


Después, eternas discusiones teológicas en las que una sola palabra como Filioque provocaban cismas y odios, facilitando que cristianos se masacraran entre sí.

Pero lo mítico encierra lo verdadero, precisamente porque lo oculta. La Navidad, fecha que incita (o condena, según se mire) a la reunión festiva familiar, nos recuerda en realidad la soledad del héroe y del matrimonio que fue su familia. Y, con ello, nos advierte, a pesar de abrazos, lucecitas y papasnoeles, de la soledad humana radical.


Y la Navidad nos recuerda la gran posibilidad del amor. Como lo hizo en el frente occidental en 1914, en las trincheras. No aludiendo a un amor sensiblero, sino real, humano, el que acepta al otro, por muy diferente o, lo que es peor, por muy igual que sea a uno mismo. Un otro que será amado no por amor a Cristo, ni a Dios, ni siquiera a nosotros mismos, sino sólo, exclusivamente, por él mismo, por ser otro y ser, desde esa alteridad, hermano en la soledad cósmica.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario